Convengamos que una de las pocas verdades de este mundo es que todos tenemos ancestros.
Pero que esos antecesores hayan conformado una familia es algo cuanto menos dudoso y las dudas, ya se sabe, hay que apagarlas rápido y con lo que se pueda. Una herramienta útil contra esos incendios mentales es la creación de la liturgia de lo familiar que tranquiliza y sienta bien.
"Ya te va a llegar", "¿Cuándo se casan?", "¿Y no piensan tener hijos?", "Todo lo que no malcrié a mis hijos, ahora lo hago sin culpa con mis nietos" Y así, miles.
Algo que tampoco nadie cuestiona es que las familias crecen de manera exponencial, que tienen ese don de entrecruzarse y multiplicarse hasta el infinito. Esa parece ser la “lógica” normalizada. Pero, ¡sorpresa! no siempre es así. Parece que por las mismas razones que es sí, en algunos casos, es que no. Hay familias que se diluyen, se apagan, se secan como plantas por falta o por exceso de riego y entonces… no más esa sucesión de individuos con futuro y pasado atravesado. Se fini. Se terminan, ya está.
Pero que esos antecesores hayan conformado una familia es algo cuanto menos dudoso y las dudas, ya se sabe, hay que apagarlas rápido y con lo que se pueda. Una herramienta útil contra esos incendios mentales es la creación de la liturgia de lo familiar que tranquiliza y sienta bien.
"Ya te va a llegar", "¿Cuándo se casan?", "¿Y no piensan tener hijos?", "Todo lo que no malcrié a mis hijos, ahora lo hago sin culpa con mis nietos" Y así, miles.
Algo que tampoco nadie cuestiona es que las familias crecen de manera exponencial, que tienen ese don de entrecruzarse y multiplicarse hasta el infinito. Esa parece ser la “lógica” normalizada. Pero, ¡sorpresa! no siempre es así. Parece que por las mismas razones que es sí, en algunos casos, es que no. Hay familias que se diluyen, se apagan, se secan como plantas por falta o por exceso de riego y entonces… no más esa sucesión de individuos con futuro y pasado atravesado. Se fini. Se terminan, ya está.
Muchos ya pensaron en las familias, claro y trataron de encontrarles un significado dentro de la moralidad, la religión, las construcciones colectivas basadas en el amor o la conveniencia y cosas así. Su punto máximo, su finisterre de la observación es que "cada uno tiene la familia que se merece". ¿Merecer? De verdad... ¿merecer? Suena a justicia divina, ¿no?
Que loco… ¿Quién no conoce padres o madres que deberían haber hecho cualquier
otra cosa en su vida menos ser padres y madres? O por el contrario, ¿quién podría dudar de que el general Don José de San Martín, libertador de América y padre de la patria, no se "merecía" una enorme familia, con muchos descendientes que esparcieran por el mundo su genética inmaculada? Pero no, Don José tuvo solo una hija, que a su vez tuvo solo dos hijas de las cuales una murió siendo niña y la otra, enfermera heroica, dejó esta tierra rodeada de afectos y admiración pero sin hijos.
La rama sanmartiniana del general se desvaneció, permítanme decirlo, sin merecerlo.
A esta altura, me parece que en realidad, las
familias son casi como necesidades fisiológicas: respirar, comer, cagar, co… Abracadabra!
Habemus familia.
Sí, ya sé: hay explicaciones mucho más serias y complejas sobre este asunto de la familias: el
deseo, las pulsiones, los mandatos, etc, etc, etc… La supervivencia, la
trascendencia, la base de la sociedad… El amor. Bien, digamos que sí. Un algo de ese todo hay en cada una de ellas, incluido el “no
nos une el amor, sino el espanto”, marcadas por esa imposibilidad, a veces, de saber “qué
signo tiene el amor”
Pero no nos detengamos en el bosque, que lo que es más interesante observar esta vez, son los árboles.
Convengamos que sin lugar a titubeos podemos decir que las familias existen. Es más, con esa hermosa diversidad y riqueza del lenguaje que se pierden los anglosajones, además de existir, las familias “son”. ¿Y qué son? Bueno, esto no es un tratado de psicología, sociología, filosofía o genética para que nos ayude a conformar una respuesta. Avancemos sin ella.
Convengamos que sin lugar a titubeos podemos decir que las familias existen. Es más, con esa hermosa diversidad y riqueza del lenguaje que se pierden los anglosajones, además de existir, las familias “son”. ¿Y qué son? Bueno, esto no es un tratado de psicología, sociología, filosofía o genética para que nos ayude a conformar una respuesta. Avancemos sin ella.
Algunas familias, sea por lo que sea que hayan empezado, un día por una suma de acciones o inacciones, se acaban. Y esta es la historia de una de ellas: la mía.